Urzúa
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Sobre la marcha…

Por Rafael Martínez de la Borbolla

@rafaborbolla

“El arte de la economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores”. – Henry Hazlitt

Quizá por la fugacidad humana la historia tiende a repetirse, como si fuera un péndulo, hay tiempos que para bien o para mal regresan y ciertas cosas que no deberían haber sido olvidadas se pierden. La historia se convierte en leyenda, la leyenda se convierte en mito, quizá no se repitan de manera exacta, pero entre acontecimientos que suceden en épocas distintas hay semejanzas y evocaciones de las que es posible vislumbrar futuros aún inciertos.

Desde el inicio del sexenio echeverrista (1970-1976), fue planteada la necesidad de ampliar la participación del Estado con la economía, tenía visiones faraónicas de proyectos financiados con recursos públicos sin subir impuestos o incrementar productividad, aumentando el gasto público, lo que genero presión inflacionaria; el déficit público que en 1971 era el 2.5 % del PIB, en 1975 ya era de un 9.3 %.

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Estamos en el 29 de mayo de 1973, el presidente Luis Echeverría busca impedir que la recesión internacional, provocada por el alza de los precios del petróleo, a raíz de los conflictos en el medio Oriente, llegara a México y acelerar de paso el crecimiento de la nación; decretó un aumento en el gasto público sin importar el déficit que esto generara, incrementando, además, para igualar la inflación el salario mínimo. 

Hugo B. Margáin, su secretario de Hacienda, se opuso:»… La deuda externa y la deuda interna tienen un límite. Y ya llegamos al límite», argumentó, siendo sustituido de manera fulminante por el Presidente, quien sentenció: “La economía se maneja en Los Pinos”. Con la caída de Margáin, se eliminó toda sensatez, los moderados habían perdido la batalla y José López Portillo fue nombrado titular de la SHCP.

Echeverría recibió finanzas sanas tras de un periodo de 20 años de estabilidad económica. Quiso hacer crecer la economía con base en el endeudamiento sin freno, el gasto excesivo y dejar la inflación fuera de control. Para 1976, esta situación fue causa de la devaluación del peso, fuga de capitales y temor de un golpe de Estado, se acabaron las reservas internacionales, la inflación estaba fuera de control y la bancarrota a la vuelta de la esquina, por lo que el gobierno se vio obligado a terminar con 22 años de estabilidad cambiaria el 31 de agosto de aquel año, y vino la devaluación del peso.

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Andrés Manuel López Obrador inició su gobierno después de una aplastante victoria electoral con la promesa de erradicar la corrupción, mantener la estabilidad económica y controlar la violencia que ha sumido en la tragedia al país en los últimos dos sexenios. Desde un principio, en su gabinete se vislumbraron dos visiones de país: los moderados y los radicales.

La cancelación del AICM, la desaparición de programas sociales e instituciones como el Consejo de Promoción Turística de México (CPTM), la ineficiencia en la liberación de recursos públicos para el sector salud, el anuncio de la Refinería en Dos Bocas, Tabasco, y la construcción del Tren Maya, ambas sin un proyecto de inversión que garantice su viabilidad económica o impacto ecológico, indicaron que los radicales estaban ganado espacios.

Causando sorpresa y desconcierto, el secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, la voz sensata de los moderados, el 9 de julio divulgó la carta de renuncia que había presentado al Presidente, que más bien parece una denuncia, afirmando que esta se debía a la adopción de decisiones de política pública sin el suficiente sustento y a la imposición de funcionarios que no tienen conocimiento de la hacienda pública; motivada por personajes influyentes del actual gobierno con un patente conflicto de interés. Asimismo, el exfuncionario escribió que la realización de la política económica no ha estado exenta de extremismo.

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El control de daños desde Palacio Nacional fue inmediato. Sin dar demasiado tiempo a las especulaciones y la incertidumbre, fue nombrado el sustituto, Arturo Herrera Gutiérrez, quien fue subsecretario justamente durante la gestión de Urzúa; es decir, AMLO mantuvo el mismo rumbo que ya no quiso seguir el renunciante, con un agregado polémico: si Urzúa declinaba por estar en contra de decisiones que no le parecían correctas, Herrera parece más subordinado, menos dispuesto a contradecir al jefe que ya en algunas ocasiones lo ha desmentido en sus conferencias mañaneras, donde, con otros datos, todo va muy bien.

Angustia y más aún para una administración que se dice de izquierda, la parálisis del gasto público que detiene las actividades productivas relacionadas. El subejercicio, el derroche en inversiones polémicas y poco rentables, aunado a un déficit de la inversión privada, y sumémosle el efecto Trump, estancan a la economía mexicana. De no tomar acciones eficientes, la recesión está a la vuelta de la esquina. 

Mientras en Palacio Nacional no escuchen consejos de expertos y sus decisiones no sean motivadas por realidades económicas, no importa quién esté al frente de la Hacienda Pública. Un Secretario de Hacienda es la brújula que lleva a buen puerto los planes de gobierno; “gobernar es presupuestar”, dice el dicho. 

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Si no existen equilibrios en el gabinete y de una vez por todas se comprenda que la ciencia real de la economía, de por sí incierta, no se mueve por decreto, el futuro económico del país está en riesgo; alguien debe hacerle entender al Presidente que sus gustos y deseos, si no están debidamente fundamentados, no impactan a su favor los invisibles, pero implacables fuerzas del mercado. 

La transformación se puede lograr únicamente si va acompañada de responsabilidad, congruencia económica, profesionales en la materia, estrategia y sensatez. El país necesita mucho más que una simple transformación retórica.

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