El documental “Crónica del fin” desnuda la caída del PRI y, de paso, enciende un espejo frente al poder. Aquí, las lecciones que el presente no debe ignorar.

Claro y Conciso
Alberto Castelazo Alcalá
@Castelazo
Política Gurú
La política mexicana se mira en un espejo incómodo. PRI regresa, no por victorias, sino por “Crónica del fin”, el documental que exhibe su caída.
Sin embargo, el interés no es nostalgia. Más bien, plantea una pregunta urgente: ¿pueden los partidos en el poder aprender sin repetir aquel derrumbe histórico?
La serie, dirigida por Denise Maerker y disponible en ViX, recompone la memoria reciente. Además, permite escuchar voces priistas sin narradores intrusivos ni comentario paternalista.
Aparecen Roberto Madrazo, Manlio Fabio Beltrones, Dulce María Sauri, Beatriz Paredes, César Camacho. Hablan Enrique Peña Nieto, Carlos Salinas de Gortari y Alejandro “Alito” Moreno.
El diagnóstico es crudo. Porque la corrupción dejó de ser rumor y se volvió lastre visible. Así, el escándalo sustituyó cualquier promesa creíble de modernización.
También se exhiben fracturas internas. Por ejemplo, Madrazo recuerda traiciones en 2006. Mientras tanto, Sauri admite que el PRI no leyó el cambio social plenamente.
Además, el documental repasa tropiezos de gobierno. Ayotzinapa y Odebrecht desfondaron credibilidad. En 2018, la Presidencia se perdió y el voto de castigo se consolidó.
Con todo, la caída no fue súbita. Más bien, fue erosión acumulada de reglas rotas, liderazgos herméticos y lealtades administradas como patrimonio personal, sin freno.
En paralelo, la dirigencia actual aparece señalada. “Alito” Moreno es acusado de apropiarse del partido y empujar salidas como Osorio Chong y Claudia Ruiz Massieu.
Hasta aquí, hay datos y escenas. Sin embargo, lo relevante no es el álbum de culpas, sino la lección inmediata para el presente político mexicano.

Porque México vive otro ciclo de hegemonía. Morena ocupa centro del escenario. Por ello, los errores documentados deberían sonar como alarmas preventivas, no como posteridad.
Primero, la tentación del aplauso continuo. La uniformidad ideológica. Así comienzan los ciegos. Sin contraste real, los gobiernos dejan de escuchar y se intoxican solos.
Segundo, la justicia selectiva. Cuando la vara cambia según el aliado, se pudre el discurso de austeridad y anticorrupción. Credibilidad se evapora, también en bonanza.
Tercero, la cerrazón territorial. Los gobernadores obedientes suman votos, pero restan instituciones. Después, el costo llega con intereses, porque los abusos migran estado por estado.
Cuarto, el pragmatismo sin brújula. Las coaliciones amplias ayudan. Sin embargo, si todo cabe, nada representa. La identidad política se adelgaza hasta desaparecer en campaña.
Quinto, la amnesia. Los escándalos no caducan por decreto. Encuentran nuevas audiencias. En redes, cada expediente archivado revive con un clic, una y otra vez.
En ese marco, “Crónica del fin” ofrece más que morbo. Además, disecciona la anatomía de un dominador que olvidó moverse cuando el piso cambió también.
¿Hay refugio en cifras económicas u obras visibles? Tal vez, realmente. Pero, sin transparencia efectiva, la narrativa se desgasta. Entonces, cualquier tropiezo multiplica su tamaño.
Conviene recordar que la legitimidad no sólo nace en urnas. También, se cultiva con rendición de cuentas, metas medibles y evaluación independiente, sin propaganda constante.
Por eso, las instituciones de control importan. Además, su autonomía no puede ser utilitaria. Hoy conviene; mañana estorba. Así, el recorte termina siendo un bumerán.
Síguenos en X (antes Twitter) para mantenerte siempre informado
Mientras tanto, la ciudadanía ya no regresa al viejo silencio. Ahora pregunta, compara, comparte y organiza auditorías espontáneas, todo en tiempo real, sin permiso oficial.
En consecuencia, la pedagogía política importa. Hablar claro paga. De hecho, los eufemismos envejecen mal. Mejor aceptar límites, corregir a tiempo y explicar decisiones impopulares.
El poder comunica, recuerda el documental. Por ello, el estilo presidencial cuenta. Menos slogan y más dato. Menos épica y más planeación verificable, responsables identificables.
Así, el país necesita pluralismo con reglas respetadas. También, justicia que no dependa de la encuesta del día ni de la tendencia dominante en redes.
Porque cuando un sistema apuesta por la polarización permanente, gana ruido, pero pierde soluciones. Entonces, la ciudadanía paga la factura en servicios, derechos y oportunidades.
Finalmente, PRI no es pasado inerte. Es un laboratorio de errores útiles. Por eso, observar su caída debería vacunarnos contra tentaciones hegemónicas o autoritarias hoy también.
La política cambia, aunque tarde. La memoria pública es rápida. ViX puso un espejo. Morena y la oposición decidirán si lo usan o lo rompen.
En suma, la democracia no necesita héroes infalibles. Requiere instituciones que sobrevivan a dirigencias, fanfarrias y peores días. Lo demás es ruido, conocemos su desenlace.
Be the first to comment on "Claro y Conciso | PRI: crónica de un fin que aún incomoda al poder"