La Guadalupana: Patrona de México y de las Américas

Virgen de Guadalupe 12 de diciembre

Cada 12 de diciembre, la Virgen de Guadalupe une fe e identidad. Pero su historia también revela cómo el poder intenta apropiarse del símbolo.

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Cada 12 de diciembre, México cambia de ritmo. No es solo fiesta; es una fecha que mezcla fe, identidad y calle.

En el Tepeyac, millones cantan, caminan y lloran. Además, la devoción cruza edades: creyentes y escépticos por tradición familiar.

La frase “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?” condensa el relato. Por eso se repite en muros, canciones y promesas.

Sin embargo, la Virgen de Guadalupe no se entiende sin historia. Su fuerza nace del choque y el abrazo entre mundos tras la Conquista.

Antes de la ermita, ese cerro ya era sagrado. Ahí se veneró a Tonantzin, “nuestra madre”, y el lugar guardó memoria indígena.

Luego llegaron frailes y levantaron una capilla. Con el tiempo, los misioneros usaron la devoción mariana como puente de evangelización.

Según la tradición, en 1531 Juan Diego recibió una petición: construir un templo. Después, el obispo pidió una prueba.

Entonces llegó el símbolo: rosas y una tilma con imagen. Así se encendió una narrativa que organiza la emoción nacional.

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Aun así, el culto creció por etapas. Primero se contaron milagros del santuario, y más tarde se reforzó la historia de origen.

Además, dentro de la Iglesia hubo debate: algunos temieron confusión con cultos previos. En cambio, otros vieron una vía para integrar.

En el siglo XVI, el arzobispo Alonso de Montúfar impulsó el santuario. Por eso, la Guadalupana ganó estructura, recursos y proyección pública.

Con el tiempo, su estatus se formalizó desde Roma. En 1754 se confirmó su patronazgo y se fijó la fiesta del 12 de diciembre.

Luego, su alcance creció. En 1910, Roma la proclamó Patrona de América Latina y, en 1945, Pío XII la llamó Emperatriz de las Américas.

Ahora bien, la Virgen también es política, aunque incomode. De hecho, su imagen ha sido usada como bandera en momentos decisivos.

En 1810, Miguel Hidalgo la levantó como estandarte. Así, la Independencia se vistió de causa cercana al pueblo indígena y mestizo.

Después, distintos bandos la reclamaron como propia. Por eso, la Guadalupana terminó siendo un símbolo nacional, no solo religioso.

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Y aquí viene lo incómodo: cuando el gobierno se queda sin resultados, busca símbolos. Entonces se cuelga del manto para verse cercano.

Además, el Estado suele “administrar” la fe. Se montan operativos y discursos; mientras tanto, la seguridad diaria sigue pendiente para muchos.

Sea cual sea la raíz, el resultado es claro. La Virgen se volvió un idioma común entre clases, regiones y generaciones.

En resumen, su fuerza no está solo en el milagro. Está en la madre simbólica que acompaña dolor, agradecimiento y esperanza.

Por eso, creer o no creer no borra el hecho cultural. La Guadalupana sigue siendo un punto de encuentro en un país dividido.

Y, sin embargo, conviene poner límites. La fe merece respeto, pero también merece ser protegida de la propaganda.

Que el 12 de diciembre nos una, sí. Pero que no tape lo urgente: seguridad, salud, justicia y un Estado que responda con hechos.

Crédito: Esta editorial fue elaborada con base en el trabajo de Rafael Martínez de la Borbolla. Gracias, Rafael, por aportar contexto, sensibilidad histórica y claridad para entender a la Guadalupana más allá del rito: como símbolo vivo de identidad mexicana.

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