Una peluca, un disfraz, 10 retenes militares y una lancha rumbo a Curazao. La fuga de María Corina Machado revela hasta dónde llega el miedo del régimen de Nicolás Maduro a una opositora convertida en símbolo global.
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Una peluca, un disfraz y 10 retenes militares. La fuga de María Corina Machado no es una película de espías, sino el retrato brutal de cuánto miedo le tiene el régimen de Nicolás Maduro a una opositora convertida en símbolo global.
Mientras su hija recibía el Premio Nobel de la Paz 2025 en Oslo, Machado se jugaba la vida para salir de una Venezuela donde llevaba más de un año en la clandestinidad, tras denunciar el fraude de las presidenciales de 2024 y la persecución desatada por el chavismo. Además, su salida estuvo rodeada de secretismo, al punto de que ni el propio Instituto Nobel tenía claro si llegaría a tiempo a Noruega.
De acuerdo con versiones reveladas a medios internacionales, la operación inició en las afueras de Caracas: peluca, ropa de disfraz y un trayecto de unas diez horas sorteando retenes militares hasta un pueblo pesquero en la costa. Desde ahí, abordó una lancha de madera rumbo a Curazao, en pleno Caribe, avisando antes a autoridades de Estados Unidos para evitar que su embarcación fuera confundida con objetivos militares en una zona recientemente atacada.
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Luego vino la parte menos visible, pero igual de política: un avión privado la recogió en la isla caribeña y la llevó, vía Estados Unidos, hasta Oslo. No fue un viaje turístico; fue una extracción cuidadosamente coordinada que solo se entiende en clave de geopolítica y Guerra Fría del siglo XXI.
Porque la historia no es solo la odisea personal de Machado. Es también la foto de una dictadura que obliga a su principal opositora a escapar por mar, mientras la acusa de terrorismo, conspiración e “incitación al odio”, y la convierte en “fugitiva” por atreverse a desafiar al poder. Así, Maduro manda un mensaje interno: quien se le enfrente corre el riesgo de terminar preso, exiliado o clandestino.
Al mismo tiempo, el papel de Washington y de varios gobiernos europeos es un arma de doble filo. Por un lado, legitiman la lucha democrática de la oposición y aumentan la presión internacional contra el régimen. Pero, por otro, alimentan el discurso oficial de “injerencia extranjera” y polarizan aún más a una sociedad agotada.
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Mientras tanto, millones de venezolanos siguen fuera de su país, expulsados por la crisis económica y la represión. Para ellos, la fuga de Machado es un espejo: la ruta del exilio que ella acaba de recorrer se parece demasiado a la que ya recorrieron quienes huyeron sin Nobel, sin focos y sin escoltas.
Al final, el premio y la fuga colocan a María Corina Machado en el centro del tablero mundial. Sin embargo, la pregunta incómoda sigue ahí: ¿cuánto cambiará la vida del venezolano de a pie mientras Maduro conserve el poder y la comunidad internacional se limite a aplaudir discursos desde Oslo?

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