La coalición que sostiene a la 4T muestra grietas: el PT ya vota distinto, cuestiona aranceles y rompe filas por el caso Cuauhtémoc Blanco.
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La alianza Morena–PT ya no cruje en privado: tronó en el Pleno. Y cuando un socio deja de “levantar el dedo”, la aplanadora se vuelve impredecible. Por eso, detrás del discurso de unidad hacia Claudia Sheinbaum, se asoma un pleito por poder, costos y narrativa.
Primero fue el choque por los vapeadores. Morena empujó una prohibición total y, sin embargo, el PT prendió focos rojos: si la ley criminaliza al consumidor, el castigo cae en usuarios, no en las redes de venta. Así, Margarita García lanzó el ultimátum y Morena cedió.
Luego vino la bomba económica. Con la Ley de Aranceles, Morena y el Verde apretaron el botón de “subir impuestos” a importaciones asiáticas. Mientras tanto, el PT se abstuvo y abrió una pregunta incómoda: ¿conviene encarecer insumos que la industria aún no puede sustituir?

Además, el argumento es directo: un aumento abrupto puede empujar la inflación, subir costos y llegar al precio final. Es decir, el debate no es “patria vs. Asia”, sino tu carrito del súper, el empleo en talleres y la capacidad de competir sin ahogar a las pymes.
Después estalló la fractura más visceral: el intento de desafuero de Cuauhtémoc Blanco. Ahí el PT rompió filas y votó contra el dictamen que lo protegía, acusando a Morena de traicionar la causa feminista. Y, aun así, el oficialismo sostuvo el fuero.
Hasta aquí, el patrón es claro. Morena exige disciplina para sostener el proyecto; el PT exige respeto para no ser comparsa. Sin embargo, cuando Ricardo Monreal “regaña” y recuerda que las curules se deben a la presidenta, la alianza se siente más como contrato que como convicción.
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Y el 2027 ya opera como gasolina. En Veracruz, el PT presume que en 2024 ganó 28 municipios en solitario; por eso, si Morena vuelve a repartir candidaturas con “soberbia”, los petistas podrían competir solos y cobrar más caro su apoyo federal.
¿Y al ciudadano común qué? Mucho. Porque si la coalición se quiebra, se frenan reformas, se encarecen acuerdos y se multiplica el chantaje parlamentario. Además, la incertidumbre legislativa pega en inversión, empleo y precios, justo cuando la gente pide seguridad y medicinas.
En síntesis: hoy no es solo un pleito entre siglas. Es la prueba de si la 4T puede gobernar con pluralidad interna o si su estabilidad depende de obediencia ciega. Y si el “pueblo” termina pagando la factura, la narrativa de unidad se cae sola.

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