Becas Benito Juárez alivian el bolsillo, pero quedan cortas en aprendizaje y focalización

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Las Becas Benito Juárez alivian el bolsillo de miles de familias, pero resultan insuficientes para fortalecer aprendizajes y presentan fallas de focalización en municipios con distinta marginación.

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Las Becas Benito Juárez nacieron para frenar el abandono escolar y apoyar a hogares con pobreza.

Sin embargo, su impacto académico luce limitado y su poder de compra, insuficiente.

En muchos planteles, directivos reportan que el apoyo termina cubriendo alimentación.

Así, el gasto educativo queda descobijado y los útiles escolares se vuelven un lujo.

Las familias priorizan cuotas, uniformes y materiales educativos, pero el dinero no alcanza para conectividad ni para dispositivos.

Por ello, los aprendizajes se diluyen con rapidez.

Además, la focalización muestra grietas importantes.

Aunque llegan a zonas pobres, también se observan coberturas amplias en municipios con baja marginación.

Entre 2016 y 2022, el porcentaje de población pobre con beca disminuyó y luego repuntó levemente.

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Aun así, permanece lejos de cubrir las necesidades reales.

Del total de municipios con personas becadas, una porción relevante se ubica en contextos bajos o muy bajos de marginación.

Esto sugiere dispersión y menor precisión en el objetivo.

Sí existen señales positivas en permanencia escolar, especialmente en secundaria.

No obstante, los efectos se concentran en el corto plazo y tienden a ser frágiles.

Mientras tanto, persisten obstáculos estructurales: infraestructura insuficiente, transporte caro o escaso y conectividad deficiente.

Por lo tanto, el programa compite con carencias de mayor escala.

Asimismo, el acceso a sedes de pago puede ser complejo en comunidades alejadas.

En consecuencia, el beneficio pierde tracción donde más se necesita.

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Las familias reconocen el alivio inmediato en la despensa.

Pero, sin tutorías, internet y equipamiento, la calidad educativa difícilmente mejora.

Además, los costos crecientes de alimentos y servicios presionan el presupuesto.

Así, cualquier incremento en precios reduce rápidamente el efecto de la beca.

Especialistas plantean una revisión profunda del diseño operativo.

Proponen focalización más fina, monitoreo constante y cruces de información para evitar fugas.

También sugieren sumar apoyos complementarios: transporte escolar, paquetes de materiales educativos, conectividad subsidiada y acompañamiento pedagógico.

Con ello, el recurso rendiría mejor.

Otra pieza clave es la rendición de cuentas.

Con datos abiertos y auditorías periódicas, las transferencias se vuelven más eficientes y transparentes.

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Además, conviene articular la beca con programas de infraestructura educativa.

De ese modo, la inversión en escuelas haría sinergia con el subsidio.

En paralelo, la capacitación docente y el seguimiento de trayectorias evitarían rezagos acumulados.

Así, la permanencia se traduciría en aprendizajes medibles.

El mensaje central es claro.

Las transferencias ayudan a sostener la matrícula, pero no sustituyen políticas de calidad, acceso y movilidad social.

Con ajustes operativos, mejor focalización y apoyos integrales, las becas podrán cumplir su promesa.

Ese es el reto inmediato para la política educativa.

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