La censura ya no grita: dicta autos, concede suspensiones y amenaza con multas. Entre expedientes y togas, el silencio se institucionaliza mientras el periodismo calcula riesgos.
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Claudia Sheinbaum celebró que en México no hay censura; sin embargo, la evidencia muestra otra cosa: un ecosistema donde el silencio avanza bajo ropajes legales.
El sexenio de AMLO ya insinuaba la ruta: menos represión explícita y más ingeniería institucional para desgastar la libertad de expresión sin admitirlo públicamente jamás.
Hoy, la censura mutó: no hay llamadas desde el poder, pero sí expedientes, medidas cautelares y sentencias que funcionan como mordaza con sello institucional opaco.
En Tamaulipas, Héctor de Mauleón fue castigado por un tribunal que convirtió asunto público en violencia de género, y amenazó a El Universal con sanciones ejemplares.
Además, la exigencia de disculpas públicas por dieciséis días y fantasma del SAT exhiben cómo el Poder Judicial puede sofocar la crítica sin tocar imprentas.
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Asimismo, el INE exoneró a Pío López Obrador y a David León, pese a evidencias, reforzando percepción de impunidad electoral y castigando a quienes investigan.
Entonces, Latinus y Carlos Loret de Mola enfrentarán demandas millonarias, mientras los nuevos jueces deciden si la publicación de videos incómodos merece un castigo ejemplarizante.
Por otro lado, en Puebla, Campeche y Ciudad de México, fallos y oficios han intentado amordazar críticas, exigir fuentes o impedir menciones incómodas a gobernantes.
Sin embargo, la asfixia publicitaria no destruyó medios; al contrario, obligó reingenierías que fortalecieron independencia editorial y demostraron que control económico tampoco fue único camino.
Pero la embestida legal se intensifica: hay castigos disfrazados, amparos selectivos y suspensiones que premian lealtades, mientras se normaliza la mordaza judicial con lenguaje técnico.
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Así, el periodismo entra al terreno de la autocensura: cada palabra se mide, cada dato se consulta veces y cada reportaje calcula costo de incomodar.
Este análisis dialoga con lo expuesto por Raymundo Riva Palacio, autor de Estrictamente Personal en El Financiero, cuyo enfoque ilumina la nueva gramática del poder.
Por ello, toca a medios, audiencias y jueces defender estándares, porque la libertad de expresión se extingue ruido cuando el procedimiento suple al debate público.
En suma, si el silencio se vuelve rutina, la democracia se vacía; todavía hay tiempo para corregir, pero el reloj institucional corre sin pausa ya.
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