El aseguramiento de narco laboratorios crece: 282 entre 2019 y 2024, y 96 sólo en el primer semestre de 2025. La operación migra a sierras remotas y precarias
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Bidones, ollas de peltre, tinas y estufas, hechizas no son de cocina; son la huella de narco laboratorios hallados en sierras y parajes remotos, sin higiene y a cielo abierto.
Además, las células criminales prefieren operar lejos. Así, evitan miradas, complican el acceso y reducen riesgos de detección. Mientras tanto, el consumidor paga el costo en salud.
El aseguramiento va en ascenso. De 2019 a 2024, autoridades federales aseguraron 282 laboratorios clandestinos distribuidos en varias entidades, con tendencia a zonas aisladas y agrestes.
Sinaloa encabeza con 152 sitios; Durango sigue con 51; Aguascalientes reporta 16; Jalisco y Michoacán, 14 cada uno. El mapa confirma focos históricos.
Asimismo, entre enero y junio de 2025 se incautaron 96 laboratorios, una cifra que por sí sola supera años completos recientes y anticipa otro año de operativos intensos.
Según datos entregados por la FGR vía transparencia, en 2019 fueron 49; en 2020, 57; en 2021, 25; en 2022, 27; en 2023, 102; en 2024, 22.
Pero, ¿cómo lucen estas “cocinas”? En las escenas hay equipos hechizos, evaporadores improvisados y recipientes reciclados. Además, abundan bidones y palanganas con materiales volátiles, lejos de cualquier norma.
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El químico Gabriel Vera explica que, antes, había más acero y vidrio, incluso equipo de seguridad. Ahora, en la sierra, faltan mascarillas, guantes y trajes; todo es más precario.
Por ello, el proceso deja subproductos incrustados en tambos y utensilios. Así, los grupos reutilizan recipientes sucios y sin control, elevando riesgos para quien fabrica y para quien consume.
Además, se advierte un agravante: a veces se mezcla fentanilo para “rendir” sustancias. Entonces, crecen las probabilidades de sobredosis y daños irreparables en consumidores no informados.
El consultor Alberto Hidalgo añade otra clave operativa: los grupos mudan laboratorios a lugares agrestes para evadir cámaras térmicas, drones y sobrevuelos. Por eso, alejan sus campamentos.
Mientras tanto, la SSPC, Sedena y Semar coordinan campañas y validan cifras del esfuerzo nacional junto con la FGR y SHCP. Así, se comparte y depura información oficial.
Sin embargo, la insalubridad del proceso permanece. En los operativos, se registran utensilios ennegrecidos, cochambre y productos a la intemperie. Entonces, el riesgo no termina al decomisar.
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También es claro que la demanda sostiene el mercado. Aunque haya aseguramientos, el consumo sigue. Por eso, los grupos replican laboratorios clandestinos y desplazan rutas ante presión institucional.
En paralelo, especialistas recomiendan reforzar prevención, tratamiento y reducción de daños, además de cortar precursores y finanzas. Así, la estrategia golpea oferta y demanda.
Con todo, los números recientes muestran un pulso intenso entre Estado y crimen. Aun así, los operativos impiden miles de dosis y dañan estructuras logísticas regionales.
Finalmente, queda el reto ambiental. Porque cada laboratorio deja residuos tóxicos cerca de ríos y suelos. Además, esos vertidos prolongan el daño tras el aseguramiento.
Por ahora, el mensaje es doble: hay más aseguramientos, sí; pero también más laboratorios móviles y precarizados, escondidos en sierras y ejidos de difícil acceso para la autoridad.
Así, el fenómeno exige coordinación, inteligencia financiera y cooperación internacional. Mientras tanto, la ciudadanía necesita información clara para dimensionar riesgos y evitar la normalización del consumo.
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