Con Ernestina Godoy estrenándose en la FGR y Omar García Harfuch al frente de la seguridad federal, México vuelve a jugar un partido peligroso: capos como fichas diplomáticas, Trump apretando por extradiciones y el Mundial 2026 como telón de fondo.
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Con Ernestina Godoy en la FGR, el gobierno presume “golpe de autoridad”. Pero, en realidad, la seguridad se volvió más política y negociada.
La nueva fiscal, aliada de Claudia Sheinbaum, llega con mandato amplio y con el rezago que dejó Alejandro Gertz en miles de expedientes.
Mientras tanto, la violencia no baja y la impunidad se pasea tranquila. El cambio de nombre en la Fiscalía no alcanza para espantarla.
En paralelo, Omar García Harfuch carga con otra tarea incómoda: como secretario de Seguridad debe entregar un “pez gordo” del narcotráfico a Washington.
No es la primera vez. Tras la captura y entrega de Ismael “El Mayo” Zambada, Sinaloa se incendió y los cárteles aprendieron lección a balazos.
Hoy, con el Mundial 2026 en puerta y millones de turistas proyectados, la presión de la Casa Blanca vuelve a subir contra México.
Ya hubo dos tandas de extradiciones masivas, con 55 capos enviados a Estados Unidos. Ahora se cocina una tercera lista para Donald Trump.
En el discurso, todo se vende como “cooperación bilateral”. Sin embargo, el fondo suena distinto: o entregas jefes del narco o llegan aranceles.
En ese regateo, Godoy y Harfuch quedan como operadores centrales. Ella reordena la casa; él encabeza operativos y se fuma las consecuencias.
El riesgo es enorme. Un nuevo golpe espectacular puede desatar narcobloqueos, saqueos y terror, justo cuando México se vende como sede mundialista segura.
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Además, el gobierno juega con fuego cuando ajusta la estrategia de seguridad al calendario político, deportivo y electoral de Trump.
La pregunta incómoda es sencilla: ¿quién manda realmente en esta guerra?, ¿el Estado mexicano, los cárteles o la campaña del inquilino de la Casa Blanca?
Mientras el oficialismo aplaude a Ernestina Godoy como símbolo de “tiempos de mujeres”, el país sigue esperando algo más básico: justicia real y menos muertos.
Porque, si el plan vuelve a ser sacrificar un capo para salvar la relación con Estados Unidos, el mensaje será exactamente el mismo de siempre.
En México cambian caras y discursos, pero el guion de la violencia no se mueve. Y quienes pagan factura siguen siendo los de abajo.
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