Omar García Harfuch duerme en su oficina custodiado por soldados. Es el hombre que sobrevivió a 400 disparos y ahora intenta pacificar México. Pero mientras el gobierno celebra cifras, el 63% de los ciudadanos vive con miedo.
Editorial | Seguridad
Opinión
Política Gurú
Omar García Harfuch duerme en su oficina, blindado por el Ejército y por una leyenda personal que pesa tanto como el chaleco antibalas que debería llevar: sobrevivir a 400 disparos. La narrativa oficial nos vende al «Superpolicía», el «Batman» de la 4T que cuenta con la bendición absoluta de Claudia Sheinbaum para pacificar un país en llamas. Y aunque Washington aplaude y las detenciones se presumen por miles en las mañaneras, la realidad en la calle tiene, literalmente, otros datos.
El gobierno presume un desplome de homicidios (entre un 22% y un 37%, dependiendo de la alquimia estadística del día). Sin embargo, el ciudadano común no siente ese alivio en su bolsillo ni en su tranquilidad. ¿De qué sirve que bajen los asesinatos si la extorsión y los secuestros se disparan? Las propias cifras oficiales admiten un aumento en desapariciones, mientras que el miedo se incrusta en el 63% de la población.
La estrategia de inteligencia y «ataques quirúrgicos» suena moderna y eficiente en el papel. Harfuch, erigido como un Zar de la Seguridad sin precedentes, ha logrado centralizar el poder: tiene a la Marina, al Ejército y a la inteligencia bajo su batuta técnica. Esto ha calmado a un Donald Trump ansioso por clasificar al fentanilo como arma de destrucción masiva. Pero aquí radica el peligro: la «Pax Narca» no se logra solo con buenas relaciones públicas en la Casa Blanca ni con mapas de calor en una oficina blindada.
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Al golpear obsesivamente al Cártel de Sinaloa, el gobierno fortalece inadvertidamente al Jalisco Nueva Generación. Es el eterno y sangriento juego del «golpe al avispero». Mientras Harfuch atiende el teléfono rojo de la presidenta, la percepción de inseguridad crece en estados donde la respuesta del narco siguen ser coches bomba y terrorismo urbano, como acabamos de ver tras el asesinato del alcalde Carlos Manzo.
La duda no es si Harfuch es capaz —nadie duda de su obsesión por el trabajo—; la pregunta es si el monstruo del crimen organizado ya es más grande que cualquier institución, incluso una dirigida por el mejor policía que ha tenido México en décadas. Si la estrategia es solo «balazos inteligentes» en lugar de abrazos, pero sin limpiar la corrupción estructural del sistema político, el «Batman» mexicano podría terminar siendo solo un administrador eficiente de una tragedia interminable.
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