Lo que comenzó con imágenes de anime y reclamos digitales puso contra las cuerdas, brevemente, al gobierno de Claudia Sheinbaum. Analizamos por qué una protesta sin líderes provocó tanto nerviosismo en Palacio Nacional y las razones detrás de su rápido colapso.
Editorial| Análisis Político
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Es una paradoja política fascinante. La Generación Z, acusada históricamente de apatía, logró en noviembre lo que la oposición tradicional no ha podido en años: incomodar, aunque sea brevemente, al oficialismo. Sin embargo, lo que debió ser un terremoto social terminó siendo un temblor efímero.
El fenómeno nació en lo digital, usando estética de One Piece e Inteligencia Artificial, impulsado por la indignación tras el asesinato de Carlos Manzo en Uruapan. Por consiguiente, la reacción del gobierno de Claudia Sheinbaum fue desproporcionada. Si el movimiento era —como afirmaron— una simple «granja de bots» financiada por Ricardo Salinas Pliego, ¿por qué dedicarle dos semanas completas de la mañanera a desmentirlo?

Aquí radica el punto crítico. El gobierno mostró nerviosismo. A pesar de gozar de un 74% de aprobación, la administración actual reaccionó con una agresividad defensiva, criminalizando la protesta en lugar de leer el subtexto. En otras palabras, se movilizó toda la maquinaria estatal para aplastar una narrativa incipiente, culminando en una «contramarcha» el 7 de diciembre para mostrar músculo. Un gobierno seguro de sí mismo no necesita blindar el Zócalo dos veces en dos meses ante «enemigos imaginarios».
No obstante, la culpa del fracaso no es solo del Estado. El movimiento Z se autofagocitó. Al carecer de líderes visibles y demandas claras, la protesta se diluyó. Gritaban que «habían despertado», pero no sabían explicar exactamente para qué.
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La experta Andrea Samaniego acierta: hay un caldo de cultivo real. Los jóvenes mexicanos enfrentan la precariedad laboral, la imposibilidad de comprar vivienda y el reclutamiento forzado por el narco. Sin embargo, al no articular estas demandas puntuales, permitieron que intereses ajenos secuestraran su causa.
En conclusión, el despertar Z está en pausa, replegado ante la fuerza del Estado y su propia desorganización. Pero el gobierno no debería cantar victoria. La aprobación de Sheinbaum, aunque alta, muestra sus primeras grietas. El descontento juvenil es una bomba de tiempo estructural; si no se atiende la vulnerabilidad económica y de seguridad, la próxima vez no serán solo memes de anime, sino un estallido real que ninguna mañanera podrá silenciar.

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