Ruta gastronómica por los 5 restaurantes más antiguos de la Ciudad de México

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Cinco salones históricos mantienen viva la mesa capitalina. Aquí la ruta, direcciones y platillos clave para comer historia con técnica y hospitalidad.

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La CDMX guarda templos culinarios donde la historia se come. Además, cada salón conserva recetas y relatos resistentes. Así nace esta ruta Bon Vivant.

Proponemos cinco paradas legendarias con dirección gastronómica clara. Asimismo, prioriza horarios, reservas y apetito. Cada salón ofrece tradición viva, servicio pulcro y sabores reconocibles.

Cantina La Peninsular (1872), en La Merced, presume ser la cantina más antigua en operación. Su barra resume barrio, bohemia y carácter del Centro Histórico.

Aquí mandan la botana cantinera y la tertulia. Pida caldo de camarón, chicharrón en salsa verde y tortas. Brinde; permita que la cocina sorprenda.

Bar La Ópera (1876) luce boiserie porfiriana y gabinetes. La leyenda del balazo de Pancho Villa permanece en el techo. Historia y elegancia comparten mesa.

En carta, brillan caracoles en chipotle, lengua a la veracruzana, chamorro y pulpo. Así, tradición europea dialoga con sazones mexicanas. Conviene reservar y pactar sobremesa.

Prendes (1892) fue salón favorito de políticos y artistas. Su resurgimiento en Polanco mantuvo espíritu y modernizó el servicio. Vigencia y memoria conviven sin aspavientos.

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Su cocina vasco-española luce pescado a la sal, solomillo al vino tinto y huevos Prendes. La cava propone maridajes precisos. El mantel invita a conversar.

Café de Tacuba (1912) preserva una estampa única del Centro Histórico. Talavera, óleos y mayoras crean atmósfera entrañable. El desayuno permanece como ritual capitalino.

Imprescindibles: chocolate caliente, pan dulce, enchiladas Tacuba y mole poblano. También conviene pedir nata. Después, recorra Tacuba 28 y admire la casona histórica.

El Cardenal (1969) elevó cocina popular con procesos artesanales. Nixtamal diario, nata y chocolate matinal definen carácter. La sucursal Palma 23 conserva el espíritu original.

En mesa, brillan pecho de ternera y enchiladas de mole coloradito. Además, panadería y servicio sellan la liturgia hospitalaria. Regrese con calma; todo fluye mejor.

Planear la ruta exige estrategia. Desayune en Café de Tacuba o El Cardenal. Luego, almuerce en Prendes. Finalmente, cierre con tragos en La Ópera.

Después, deje la merienda cantinera para La Peninsular. Así, el itinerario equilibra barrio, bohemia y etiqueta. Además, optimiza traslados dentro del Centro Histórico y Polanco.

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Para el comensal sibarita, conviene reservar con antelación. Asimismo, vigile horarios y picos de espera. Un margen generoso evita prisas y asegura experiencias más placenteras.

Más allá del anecdotario, estos recintos sostienen técnicas, productores y hospitalidad clásica. Asimismo, forman brigadas con oficio. La continuidad crea memoria gustativa para la ciudad.

También importan los detalles. Por ejemplo, vajillas, cubiertos, servicio de pan y timing de cocina. Así, cada visita deviene aprendizaje gastronómico con identidad capitalina.

Quien recorra la ruta Bon Vivant participa del presente, no pasado. Además, cada salón confirma que la tradición sigue vigente cuando se ejecuta con precisión.

En resumen, la ciudad se entiende mejor desde su mesa. Por ello, estos cinco recintos muestran carácter, técnica, historia y hospitalidad. Comer aquí es pertenecer.

Guarde esta guía y compártala. Así, más viajeros gastronómicos cuidarán estos salones. Finalmente, la CDMX conservará su memoria culinaria, plato a plato.

Reserve, disfrute y comparta; esta ruta celebra oficio, producto y hospitalidad capitalina.

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