La luna de miel diplomática, si es que alguna vez existió, ha terminado abruptamente. Donald Trump no se anda con rodeos y ha elevado la crisis del fentanilo a su máxima potencia retórica y legal: lo ha clasificado como un “arma de destrucción masiva”.
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La luna de miel diplomática, si es que alguna vez existió, ha terminado abruptamente. Donald Trump no se anda con rodeos y ha elevado la crisis del fentanilo a su máxima potencia retórica y legal: lo ha clasificado como un “arma de destrucción masiva”. No es solo un cambio de nombre; es una declaración de intenciones que abre la puerta a una presión estadounidense sin precedentes sobre suelo mexicano.

Ante este bombazo que amenaza con militarizar aún más la relación bilateral, la respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum ha sido, por decir lo menos, predecible. Aferrada al guion de la «Cuarta Transformación», Sheinbaum insiste en que “primero se tienen que atender las causas”. Es una postura filosóficamente noble, quizás, pero políticamente ingenua frente a la magnitud de la amenaza que se gesta en Washington.
Mientras Trump equipara los opioides con bombas nucleares para justificar acciones unilaterales agresivas, el gobierno mexicano responde con diagnósticos sociológicos sobre la salud mental y el apego familiar. Por consiguiente, esta desconexión entre la urgencia de seguridad nacional que plantea EE. UU. y la paciencia estratégica que pide México es una receta para el desastre.
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Sheinbaum incluso intentó matizar señalando el uso médico legal del fentanilo, un tecnicismo que suena a desviación frente a los cientos de miles de muertos por el tráfico ilícito. La realidad es cruda: si Estados Unidos decide usar sus nuevas atribuciones legales para «combatir el opioide» en origen, no esperarán a que los programas sociales mexicanos den frutos en una década.
En resumen, el ciudadano común debe prepararse. Esta no es una pelea de políticos lejanos. Cuando el vecino del norte aprieta la tuerca de la seguridad con la etiqueta de “destrucción masiva”, las consecuencias se sienten en la frontera, en el comercio y en la posible injerencia directa en nuestro territorio. México necesita más que retórica sobre las «causas» para frenar la tormenta que se avecina; necesita una estrategia de seguridad real que no dependa únicamente de la buena voluntad de un Washington cada vez más hostil.
Fuente: Con información de LPO México.

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