Ni obradorismo ni claudismo: el segundo piso se construye con instituciones

ni obradorismo ni claudismo

La discusión útil no es de apellidos. El reto real de la 4T es institucionalizar valores, resultados y ciudadanía para que el proyecto trascienda sexenios.

Ni obradorismo ni claudismo

Claro y Conciso

Alberto Castelazo Alcalá

@Castelazo

Política Gurú

Primero, entendamos el punto de partida. La 4T fue, durante años, lo que AMLO hiciera o dijera, con prioridad política total sobre cualquier otra agenda.

Sin embargo, el tablero cambió. Claudia Sheinbaum ya conduce el proyecto y, además, redefine alcances. La prioridad dejó de ser política. Ahora, principalmente, es económica.

Así, el llamado segundo piso exige otra ingeniería. Ya no basta blindar al movimiento. Conviene coordinar economía, seguridad, inversión y gobernabilidad sin perder narrativa social.

Por eso, reducir la discusión a obradorismo o claudismo es cómodo, pero impreciso. La pregunta correcta es: ¿qué cultura política construirá Morena para trascender sexenios?

Además, conviene revisar estilos. Hay una forma claudista de comunicar: datos, planeación, evaluación. También existió una forma lopezobradorista: plaza pública, pulso político y polarización administrada.

No obstante, estilos no equivalen a caudillismo. México vacunó su sistema contra la reelección. El poder personal debe acotarse con reglas, contrapesos y ética pública.

En ese marco, Sheinbaum asume mando con pragmatismo. Mientras tanto, su reto es articular crecimiento, empleo y bienestar sin perder piso social ni disciplina fiscal.

Asimismo, el humanismo mexicano requiere contenido verificable. Debe traducirse en políticas medibles, incentivos claros y cuadros formados, no solo en discursos, lemas o mañaneras prolongadas.

De ahí la clave: movimiento antes que culto. Si no se forman liderazgos con valores, el proyecto dependerá del carácter del presidente.

Es decir, el presidencialismo puede volver a capturar toda decisión. Entonces, la llamada transformación terminaría confundiéndose con el estilo personal del gobernante de cada sexenio.

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Por otra parte, persiste una tentación conocida: convertir la fuerza política en maquinaria electoral. Eso otorga músculo inmediato, aunque debilita convicciones y creatividad pública.

En ese sentido, el episodio de Andrés López Beltrán fue revelador. Su estrategia de afiliación olió a corporativismo, no a conciencia ni a educación política.

Así, credencializar por acuerdos con caciques suma números, pero resta identidad. Además, abre la puerta a cuotas, clientelas y decisiones secuestradas por intereses locales.

Con todo, la oportunidad está viva. Claudia Sheinbaum dispone de capital político, estabilidad y mayoría. Puede construir institucionalidad que sobreviva a su sexenio.

Ahora bien, construir institucionalidad no es llenar oficinas. Implica procesos, métricas, selección meritocrática y evaluación constante. Implica responsabilidades y consecuencias visibles para quien incumpla.

Asimismo, el segundo piso demanda una relación franca con el sector privado. Inversión, energía, competencia y nearshoring deben alinearse sin abandonar la brújula social.

Por lo tanto, conviene moderar el voluntarismo. Más evidencia, menos ocurrencia. Más regla, menos excepción. Una comunicación que explique decisiones sin simplismos.

Mientras tanto, la oposición debería abandonar la nostalgia y proponer soluciones creíbles. Porque criticar por deporte no sustituye la tarea de construir alternativas responsables.

En cambio, el oficialismo necesita escuchar disenso interno sin excomulgar. Un movimiento maduro se fortalece con debate, no con silencios obligados ni adulaciones.

Entonces, ¿qué define hoy a la 4T? Define lo que haga la presidenta, pero sobre todo lo que el movimiento convierta en valores verificables.

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Además, Morena debe diferenciar gestión de identidad. Gobernar bien es condición necesaria. Sin embargo, sostener un proyecto exige pertenencia, reglas y cultura democrática.

Es más, la economía marcará el ritmo político. Crecimiento con estabilidad e inclusión moverá la aguja social más que mañaneras o rifas simbólicas.

Asimismo, la seguridad necesita coordinación territorial, inteligencia financiera y prevención. Menos retórica, más resultados. Porque la paciencia social no es un cheque en blanco.

En suma, ni obradorismo ni claudismo. Se requiere ciudadanía organizada, cuadros capaces y políticas públicas evaluables. Ese es el camino para trascender y no repetir.

Finalmente, a Claudia Sheinbaum se le debe exigir con justicia. Crítica sí, boicot no. Acompañamiento vigilante, más que culto. Instituciones, más que slogans o banderas.

Por eso, la columna vertebral del proyecto debe ser la formación. Capacitar militantes y servidores con ética, técnica y servicio, alejados del corporativismo.

Solo así, la 4T evitará reducirse a un apellido. México ganará un movimiento moderno que gobierne con datos y resultados, no con mitos.

En conclusión, el reto es institucionalizar la 4T con reglas, resultados y ciudadanía. Solo así superaremos etiquetas y evitaremos la pendulación eterna del péndulo político.

Porque, al final, la democracia madura cuando el poder obedece reglas. Lo demás es ruido. Y el ruido, aunque estruendoso, nunca construye segundo piso duradero.

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