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Con los recientes comicios para elegir jueces y magistrados, México ha confirmado el ascenso de un nuevo partido dominante. Morena, el movimiento fundado por Andrés Manuel López Obrador, ha consolidado su poder de manera total. La presidencia, el Congreso, la mayoría de las gubernaturas e incluso la justicia están hoy bajo su control.
Además, esta concentración de poder coincide con reformas que fortalecen al Estado. Entre ellas, leyes de telecomunicaciones y seguridad que permiten mayor vigilancia gubernamental sobre comunicaciones y sistemas financieros.
Ante este escenario, muchos mexicanos se preguntan: ¿estamos ante una repetición del viejo modelo priista? El Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó de forma continua durante gran parte del siglo XX, es el referente inmediato para muchos analistas políticos.
La comparación no es nueva, pero se ha intensificado desde 2018. Si bien simpatizantes de Morena rechazan la analogía, diversos especialistas consideran que ciertos patrones comienzan a repetirse.
No obstante, existen diferencias clave. Morena apenas cumple siete años en el poder, mientras que el PRI dirigió el país por más de siete décadas. También ha cambiado el contexto: hoy México es una democracia formal, con instituciones electorales robustas y una ciudadanía más informada.
Asimismo, la estructura del PRI era corporativa. Involucraba sindicatos, cámaras empresariales y organizaciones campesinas en el partido de Estado. Morena, en cambio, se define por una afiliación individual y un discurso de transformación social.
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Claudia Sheinbaum, presidenta de México, ha sido clara en este punto. En mayo, pidió a su partido evitar reproducir vicios del pasado. Alertó sobre los riesgos del corporativismo, la colusión con el crimen y el alejamiento del pueblo. Su carta fue vista como un llamado preventivo ante tentaciones autoritarias.
Sin embargo, la acumulación de poder genera preocupaciones legítimas. La escasa participación del 13 % en las recientes elecciones judiciales evidencia una desconexión con la ciudadanía. Además, hubo múltiples denuncias por irregularidades.
Los principios de Morena —el llamado humanismo mexicano— buscan continuar el legado de luchas históricas. Se autodefine como la Cuarta Transformación, equiparable a la Independencia, las Reformas Liberales y la Revolución Mexicana.
De hecho, su fundador militó en el PRI y posteriormente en el PRD, un partido que surgió precisamente para rescatar los valores traicionados por el viejo priismo.
Sin embargo, algunos críticos señalan similitudes preocupantes. Ambos partidos, dicen, usan la bandera de la justicia social mientras consolidan redes clientelares. Salvador Camarena, periodista, ha advertido que Morena corre el riesgo de repetir la historia: justicia para unos cuantos y aspiraciones de permanencia en el poder.
Otro punto de contacto está en el uso de las elecciones como herramienta de legitimación. El PRI, en su momento, celebraba comicios regulares para mantener la fachada democrática. Morena, ahora, proclama ser la expresión de un pueblo empoderado, aunque la pluralidad política se haya reducido.
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La hegemonía también puede explicarse por un entorno de inseguridad. Tanto el PRI en sus inicios como Morena en la actualidad han enfrentado crisis de violencia. Algunos expertos consideran que este contexto fortalece la demanda por gobiernos fuertes y centralizados.
Una diferencia notable, no obstante, es el liderazgo. El PRI institucionalizó el poder y evitó personalismos. Morena, por el contrario, gira en torno a la figura de AMLO. Incluso ahora, su hijo ocupa una posición clave dentro del partido, lo que sugiere una posible dinastía.
La politóloga Azul Aguiar ha alertado sobre el riesgo de absorber todos los espacios públicos y privados. La falta de contrapesos institucionales recuerda peligrosamente al viejo modelo priista, donde la oposición tenía poco margen de acción.
Finalmente, está el rol de las Fuerzas Armadas. Aunque el PRI redujo su protagonismo tras la Revolución, no dudó en usarlas para reprimir. Morena, por su parte, ha otorgado amplios roles a los militares, tanto en infraestructura como en seguridad pública.
El futuro dirá si esta concentración de poder sirve para fortalecer la democracia o si, por el contrario, revive la historia que México asegura haber superado.
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