Parece que en el Palacio de Gobierno de Morelia hay un fantasma. O mejor dicho, un adorno caro. La realidad es brutal pero ineludible: Alfredo Ramírez Bedolla ha dejado de ser gobernador de facto para convertirse en un simple espectador de su propia administración ante la intervención federal.
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Parece que en el Palacio de Gobierno de Morelia hay un fantasma. O mejor dicho, un adorno caro. La realidad es brutal pero ineludible: Alfredo Ramírez Bedolla ha dejado de ser gobernador de facto para convertirse en un simple espectador de su propia administración.
Tras el cobarde asesinato del alcalde Carlos Manzo, la respuesta no vino del despacho estatal, sino del centro del país. El «Plan Michoacán», orquestado por la presidenta Claudia Sheinbaum y ejecutado por Omar García Harfuch, no es un apoyo solidario; es una intervención de emergencia.
Por consiguiente, los michoacanos se enfrentan a una verdad incómoda: su voto eligió a alguien que hoy es un cero a la izquierda. Mientras la Tierra Caliente ardía y los aguacateros pagaban derecho de piso, la administración estatal mostraba una pasividad sospechosa, casi cómplice.

De hecho, los gritos de «Fuera Bedolla» en Uruapan y Apatzingán no son conspiraciones opositoras, como el gobernador quiere creer. Son el hartazgo de una ciudadanía que ve cómo los drones cargados de explosivos y las minas terrestres son la nueva normalidad. La ineptitud tiene consecuencias.
Recordemos la historia reciente. Esto ya lo vimos con Fausto Vallejo y el comisionado Alfredo Castillo. La diferencia radica en que a Vallejo lo obligaron a renunciar por dignidad (o vergüenza), mientras que a Bedolla lo mantienen como una figura decorativa.
Actualmente, el control real lo tiene la Federación. El nombramiento de mandos militares y ahora de José Antonio Cruz—un perfil de la Guardia Nacional impuesto por Harfuch— confirma que la confianza en la policía estatal está rota.
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Sin embargo, el peligro para el ciudadano de a pie persiste. Vivimos en un limbo peligroso: un gobernador que no gobierna y una estrategia federal que apenas está aterrizando. Mientras los políticos juegan al ajedrez en sus oficinas refrigeradas, en la calle, la gente sigue poniendo los muertos.
¿Es Bedolla inepto o cómplice? Quizás ya no importa. Lo que importa es que Michoacán, una vez más, es un estado bajo tutela, donde la autonomía es una ficción y la seguridad una promesa rota.

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