Cada septiembre revivimos el Grito de Dolores. Entre rituales, hay mitos entrañables y verdades documentadas. Aquí las diferencias, sin solemnidad excesiva y con rigor histórico.

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El Grito de Dolores emociona a México entero. Sin embargo, entre cohetes y vivas, conviven mitos resistentes y verdades bien documentadas que vale distinguir con calma.
Para empezar, la arenga original de Miguel Hidalgo no fue transcrita. Por ello, el discurso exacto es desconocido, aunque su sentido insurgente fue claro para contemporáneos.
Asimismo, la famosa campana de Dolores que hoy repica en Palacio Nacional no estuvo siempre allí. Fue llevada a la capital en 1896, bajo Antonio López de Santa Anna.
Además, el inicio del movimiento ocurrió la madrugada del 16 de septiembre de 1810. El ritual nocturno del 15 es tradición posterior, institucionalizada desde el poder.
Entonces surge la pregunta inevitable: ¿Porfirio Díaz movió el grito para que coincidiera con su cumpleaños? La respuesta corta es sí, dentro de un marco político.
En efecto, se fortaleció la ceremonia del 15 por la noche durante el porfiriato. Así se combinó calendario cívico y narrativa oficial, práctica mantenida hasta nuestros días.
No obstante, la fecha histórica no cambió. La conmemoración patria sigue centrada en el 16 de septiembre, mientras el acto simbólico se realiza la noche previa.
Otro mito afirma que Hidalgo exigió independencia absoluta desde el primer instante. En realidad, invocó a Fernando VII y denunció el mal gobierno, antes de radicalizar posiciones.
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Con el tiempo, el programa insurgente se definió mejor. La independencia se consumó en 1821, mediante el Plan de Iguala y la entrada del Ejército Trigarante a la capital.
Respecto a Josefa Ortiz de Domínguez, la tradición popular cuenta un aviso dramático desde el piso. Lo verificable es su aviso crucial a través de Ignacio Pérez en Querétaro.
Asimismo, Ignacio Allende fue pieza estratégica. Su experiencia militar ordenó contingentes y rutas, mientras José María Morelos y Pavón aportó visión política, territorial y disciplina para sostener la causa.
El listado fijo de héroes en los vivas es una convención moderna. Cada mandataria o mandatario elige nombres y causas, manteniendo el espíritu cívico, plural e incluyente.
También persiste la idea de una campana milagrosa que encendió conciencias al instante. La verdad es más compleja: redes locales, quejas fiscales y agravios sociales previos.
Por otra parte, se imagina que toda la población apoyó de inmediato. En realidad, hubo adhesiones graduales, neutralidades prudentes y resistencias activas, según región e intereses.
De igual forma, se piensa que el movimiento fue lineal. Pero la insurgencia transitó fases distintas, con liderazgos cambiantes y estrategias a veces contradictorias entre sí.
Conviene recordar que la ceremonia actual incluye símbolos agregados con el tiempo. La bandera, el balcón presidencial y la lista de vivas consolidaron un lenguaje republicano.
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Aun así, el gesto central resiste. El repique de la campana de Dolores enlaza memoria comunitaria y proyecto político, más allá de cualquier discurso reconstruido a posteriori.
La fiesta patria ha incorporado a las heroínas con mayor fuerza. Hoy se reconoce el protagonismo de Josefa Ortiz y otras mujeres cuya acción sostuvo redes insurgentes.
Asimismo, los pueblos originarios ocupan un sitio visible. Este enfoque corrige silencios históricos y enriquece el relato nacional con voces antes relegadas o minimizadas.
En la cultura popular, el Grito de Dolores funciona como espejo. Cada generación lo reinterpreta para dialogar con sus dilemas, miedos, esperanzas y contradicciones presentes.
Por ello, distinguir mitos y verdades no busca arruinar la fiesta. Al contrario, devuelve profundidad a un rito que afirma identidad y comunidad cívica.
Saber que el 15 por la noche es una convención política, no resta valor al rito. Más bien, permite celebrarlo con conciencia histórica y sentido republicano.
En suma, el Grito de Dolores es tradición viva. Cambia el protocolo, cambian los énfasis, cambian los vivas, pero permanece la invitación a una ciudadanía responsable.
Entre leyenda y archivo, late la misma pregunta: ¿qué nación queremos? Cada 15 y 16 de septiembre, la respuesta se ensaya en plazas, hogares y escuelas.
Y, mientras siga sonando la campana de Dolores, el vínculo entre pasado y futuro recordará que la independencia no fue un evento, sino un proceso en construcción.
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