Pit Stop: Lo último en la F1
Alberto Castelazo
@Castelazoa
Política Gurú
Christian Horner ya no está en Red Bull. Su despido no solo es un cambio administrativo: es la fractura final de un equipo que se creía invulnerable. Durante dos décadas, Horner fue el rostro visible de un proyecto que ganó títulos, impuso estilo y dominó la parrilla. Sin embargo, todo imperio cae, y el de Red Bull se desmoronó desde adentro.
La salida de Horner no puede entenderse sin regresar al 22 de octubre de 2022. Ese día, durante el Gran Premio de Austin, murió Dietrich Mateschitz. Con él, desapareció la figura que mantenía el equilibrio entre las facciones del equipo. El homenaje en el paddock fue emotivo, pero también marcó el inicio del conflicto por el control de Red Bull Racing.
Desde entonces, la escudería vivió una lucha intestina: por un lado, Helmut Marko con Jos Verstappen; del otro, Horner apoyado por Charleo Yoovidhya. A este tablero se sumaron nuevas figuras como Oliver Mintzlaff, CEO de Red Bull GmbH, y Mark Mateschitz, hijo del fundador. Ambos comenzaron a auditar cada movimiento.
En medio de este entorno volátil estalló el escándalo: Horner fue acusado por una empleada de conducta inapropiada. Aunque en un principio lo negaron, pronto salieron a la luz correos y mensajes comprometedores. La situación se agravó cuando se supo que la denunciante era expareja de Jos Verstappen. La tensión creció. Aunque la investigación interna lo “exoneró”, el ambiente en Milton Keynes se volvió insostenible.
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El golpe más fuerte vino después: Adrian Newey anunció su salida. El genio detrás de los autos campeones de Red Bull no quiso seguir en un entorno que él calificó de “moralmente cuestionable”. Su salida no fue aislada. Rob Marshall se fue a McLaren, donde revolucionó su monoplaza. Jonathan Wheatley, director deportivo, también se marchó, ahora como jefe de equipo en Sauber.
En paralelo, el manejo de pilotos fue desastroso. Sergio Pérez, durante cuatro años el escudero ideal de Max Verstappen, vivió en 2024 su temporada más difícil. El auto no estaba diseñado para él y su rendimiento se desplomó. Horner decidió despedirlo, pagando los dos años restantes de contrato. Apostó por Liam Lawson, y luego por Yuki Tsunoda. Ninguno funcionó. Los resultados fueron decepcionantes, los puntos escasos y los costos elevados.
Mientras tanto, Verstappen, harto de la situación, comenzó a mirar hacia Mercedes. Toto Wolff lo quiere. George Russell aún no renueva. Todo encaja. El rumor de la salida de Max fue creciendo hasta volverse insoportable. Aunque Horner intentó minimizarlo, era evidente que Jos Verstappen y el agente Raymond Vermeulen ya negociaban con otros equipos.
En este escenario, la directiva enfrentó una disyuntiva clara: Horner o Verstappen. Apostaron por el piloto. O tal vez, fue demasiado tarde. Max, hoy tercero en el campeonato, parece más lejos de Red Bull que nunca. Detrás de Norris y Piastri, con Russell pisándole los talones, su salida es más probable que nunca.
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Entonces, ¿por qué se fue Horner? Porque el proyecto ya no lo sostenía. Porque sus errores fueron demasiados. Porque su liderazgo, antes férreo, ahora parecía anacrónico. Porque perder a Newey, a sus ingenieros clave, a Pérez y posiblemente a Verstappen, no era solo una mala racha: era un colapso estructural.
Red Bull decidió cortar por lo sano. Pero lo hizo tarde. El daño ya está hecho. McLaren y Ferrari dominan, Mercedes se reorganiza y Aston Martin acecha. Mientras tanto, la otrora escudería imbatible de las bebidas energéticas se enfrenta a su peor crisis.
El adiós de Horner no es el final de una era. Es el reflejo de un equipo que dejó de mirar hacia adelante y empezó a pelearse por el poder. Y cuando eso pasa, el siguiente en caer, es el que pierde la batalla política. Esta vez, le tocó a Horner. Pero si no enderezan el rumbo, Red Bull puede quedarse también sin su último gran activo: Max Verstappen.
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